Ramón Rocha.- Cada mañana cruzo el puente Antezana y contemplo mi río. Se me vienen
unas palabras que leí: el río está cansado, pero el río Rocha no se
cansa nunca. Sabe Dios cuántos siglos sigue allí, como se dice desde
tiempos inmemoriales, y fluye y fluye sin aspirar jamás a la jubilación.
Es un río contaminado, vilipendiado, a ratos triste y afligido, pero la
noche del martes llegó y ostenta esas aguas amarillas que denotan vida y
vigor, aguas llenas de limo, de lama, esa palabra tan maternal y rica
para la agricultura.
En los peores días de estío, sus aguas parecen detenidas, pero hay una
corriente interna que continúa fluyendo. En este hilo de agua, en estas
alturas que nos cobijan comienza el Amazonas, quién lo creyera. Es mi
río que se convierte en Caine y luego en Mamoré, afluente del Amazonas;
son las mismas aguas que dan una curva inverosímil y se precipitan al
mar mucho después de haber cruzado la frontera. Pero fronteras no hay
para mi río.
Cuántas cosas han visto estas aguas, cuántas escenas de amor escondido.
Dicen que antes antes se llamaba Kunturillo pero sufrió un desvío hacia
su lecho actual y entonces lo llamaron el río de Rocha, y luego el río
Rocha. Si la memoria no me falla, recuerdo que hasta fines de los 60 mi
río pasaba pegadito a la acera este de la Costanera, separado de la
ciudad por un pequeño callejón donde tenía su zapatería el Chingolo,
soldado de mi papá en la guerra y mi gurú literario. Luego canalizaron
sus aguas y se pegó a la otra orilla, liberando tierras para el actual
Bichvoley. Hermosos días en los cuales vivíamos con un pie en el campo,
casi a orillas del río, y otro en la ciudad, pues bastaba cruzar la
Teniente Arévalo para estar en El Prado.
Un buen amigo me previno que no me iba a olvidar de su nombre y cantó el huayño “Potosino soy”, sólo que alterando la letra:
“El bravo sin igual, Carlitos Ibáñez”. Me armé de valor y le advertí a
mi vez que de mi nombre tampoco, por ese taquirari que decía: “El río
Rocha Monroy, cuida tu hermoso verdor…” ¿Acaso mi río nació de gajo para
no tener apellido materno? ¡Vaya, che!
El río fluye y fluye entre dos riberas en las cuales creció la ciudad.
Es una metáfora entre la vida y la muerte. Cruzar sus aguas con el
barquero Aqueronte o a través de las saltanitas es pasar de la vida a la
otra orilla, donde quizá se vive pero en un plano distinto, en otra
frecuencia de onda. Imagino esta posibilidad y pienso que quizá mi alma
se acerque a la orilla cuando me llegue la hora y cruce a la margen
opuesta, con la alegría que entraña bajar al lecho y mojarse los pies.
Juan Peco, valeroso extremeño, me muestra en un video el lecho del río
que cruza Madrigalejo, el pueblo en que nació. Es poco más que una
serpiente negra y entubada, pero no era así, porque tenía un kilómetro
de ribera a ribera y abundancia de vegetación, de pájaros y de peces.
Pero un día vinieron los ingenieros y acabaron con esa forma de vida que
alegraba el pueblo.
Por eso mi amigo Juan concluye: Si hay paro en España y hay ingenieros
incluidos, bien les haya, que es como decir Que se jodan. Eso me
recuerda el lecho del río Rocha y las barbaridades que hicimos con él
canalizando sus riberas y echando aguas servidas a su curso, a tal punto
que las aves migratorias se han vuelto carroñeras por los pollos
muertos que botan en él unos avicultores inescrupulosos. Aun así, mi río
es el habitante más laborioso de esta tierra de mujeres y hombres
infatigables, llank’adores, plenos de energía vital. Uno diría que está
cansado y que su futuro es incierto, pues no se sabe si continuará
siendo un depósito de aguas servidas, si lo van a entubar, si harán una
avenida sobre él o si volverá a sus días felices con las aguas de
Misicuni, pero allí está, fluye y fluye, como quería Heráclito y también
este servidor, que nunca será el mismo Rocha.
En la dulce tribulación de la última hora, me gustaría que me cremen,
para no joder con mis restos, y que esparzan mis cenizas en el cauce del
río, en la avenida más próxima, desde uno de los puentes; que la gente
vista de colores y que una comparsa valluna con acordeón, charango y
guitarra amenice la fiesta. No se preocupen que voy a ahorrar para pagar
los gastos del convite al cual están invitados todos, todos. Que lleven
buena chichita y se sirvan en mi nombre, aunque sea lunes de ley seca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.